Lista de Reproducción "Histeria".


jueves, 19 de mayo de 2011

Constanza Guevara.

—Pero dijiste que ibas a venir—dije casi al borde de una ataque de ira cuando hablaba con mi amigo.
            —Entiende, Coni, ¡me enfermé!—me gritó por el celular—. Me siento muy mal, paso yendo al baño cada cinco minutos. De verdad perdona no era mi intención dejarte sola en la fiesta sorpresa de tu ex, pero creí que seria una oportunidad para que pudiéramos volver a hablar.
— ¿Y no me podías haber llevado al cine?—pregunté sarcástica y con la voz cargada de mala vibra. No es que me callera mal él pero gracias a sus suplicas estaba metida en la fiesta de mi ex, al cual no veía hace meses, al mismo que también me había dejado por la distancia que había entre nosotros y ahora estaba con la prima de mi mejor amigo. Además estaba sola y no concia a nadie.
Enojada le corté el teléfono, me senté en una butaca que había por ahí y empecé a ver las posibilidades que tenia para irme de aquella inmensa mansión. Los radio taxis ya de por si se demoraban en llegar a cualquier punto especifico de Calama, más se demorarían en encontrar las parcela que se hallaba a miles de kilómetros de la ciudad. Nadie se iría de la fiesta a esa hora si ni siquiera había llegado el invitado especial, así que no podía irme con otra persona, llamar a mis padres tampoco era una opción factible dado que estarían en una comida de la cual saldrían bien tarde…
Cuando ya iba por la decima posibilidad, me di cuenta, rechazaba todas esas opciones, no por imposibles, sino por buscar una excusa para verlo.  Pablo Calvo fue mi pololo hasta hacia algunos meses, hasta que se aburrió de tenerme lejos-dado que yo estaba en la universidad en Valparaíso- y terminó conmigo, pero supe que después se formó un relación con Matilde Santamaría Montiel, la prima de mi mejor amigo.
 Aún recuerdo los días con Pablo, él era increíble conmigo, pero creo que la distancia y el no haberme preocupado por la relación lo alejaron de mi, y lo llevaron a buscar amor en otros brazos, aun así yo tenia mi orgullo, y no podía estar en el mismo techo que la chica que me lo había quitado, pero las ganas de verlo a él, ver su sonrisa y oír su voz… no sacaba nada con engañarme a mí misma, aunque fuese completamente masoquista de mi parte, quería ver a Pablo Calvo y lo quería ver ahora.
            Algo que me daba rabia era que Pablo era muy crédulo, y juraba que en los brazos de Matilde encontraría una fidelidad absoluta, ¡ERROR! Calienta sopas Santamaría, cómo era conocida en su colegio era la chica con mas apetitos sexuales que había a su edad. Los rumores de su colegio habían cruzado la web y había llegado a mí, por eso también me enteré que no solo engañaba a Pablo con Pedro, Juan y Diego, sino que también con uno de sus mejores amigos, Roberto Britto, quien se pavoneaba cínicamente en la casa de Pablo mientras él no estaba. Mi amigo, él que estaba enfermo, me comentó que se habían conseguido la casa, gracias a las disuasiones que tuvo que hacer con Ana María Gálvez, la madre de Pablo, para que le dejara organizarle una fiesta sorpresa mientras ella estaba en Europa en uno de los cuantos negocios que se le conocían a esta famosa mujer, adinerada y envidiada por todo Chile y el mundo.
            Gálvez se había trasladado a Europa por unos días a ver el negocio de los vinos y los quesos. La exitosa mujer había sostenido en la prensa que no veía  porqué las vacas chilenas no podían dar un queso tan bueno como las francesas si eran igualmente estúpidas.
            — ¡Ya vienen, ya vienen!— gritó una chica de pequeña estatura con el pelo ondulado, la piel morena y una cara de bebe. Todos partieron a esconderse. Para mi mala suerte tuve que compartir espacio en la parte inferior de una mesa con Roberto, a quien miraba con odio desde que nos saludamos. La pequeña chica apagó la luz y se agazapó detrás de la puerta esperando allí al invitado. No tenia idea de donde había salido ella pero estaba cien por ciento segura que nunca la había visto con Pablo, es más no creo siquiera que la allá mencionado alguna vez.
            Se escuchó el ruido de la puerta al abrirse.
            Vi desde mi posición unos tacones negros deslizarse desde la entrada con elegancia mientras pasaban cerca de una butaca para anteponerse y cubrir a Mauricio, uno de los amigos más cercanos de Pablo. La yegua—Matilde— posó delicadamente las manos en la butaca y después dijo:
— ¡Hay que soy pava! Amor, se me olvidó prender la luz, ¿préndela?
            No vi a Pablo hasta que predio la luz y todos salimos de los costosos muebles de caoba y terciopelo escarlata y gritamos.
— ¡SORPRESA!
Entonces mis ojos vieron a Pablo, tal como lo recordaba, la persona que más había amado en el mundo se alzaba frente a mí. Recorrió todas las miradas de aquella habitación, todas con una sonrisa, menos a mí, cuando posó sus ojos en mi se le desvaneció la sonrisa por unos breves instantes y luego volvió a reaparecer cuando  dijo unos palabras con los ojos apunto de llenarse de lagrimas.
—No sé que decir.
—Oh mi chanchi—chilló Matilde muy agudo, haciéndose la tierna, además, y quizás adivinando que eso me heriría en el alma, le dio un largo beso a Pablo en los labios. No sé cómo, pero logré contenerme las ganas de llorar que tenia, respire profundo diez veces y me aleje de la larga cola de gente que se aglutinaba para saludar al mayor de edad.
Hice las evasivas pertinentes hasta que nos fuimos al patio donde todos se amontonaron alrededor de Pablo y tomaron un vaso de algún trago, mientras yo me mantenía apoyada en uno de los pilares de la terraza,  escuchaba un coro de gente pidiéndole a Pablo que dijera unas palabras.
            —He vivido mucho durante mi vida, mucho bueno y mucho malo. Y durante mucho tiempo no tuve amigos verdaderos, que estuvieran siempre conmigo.    Sin embargo me siento afortunado y confiado de decir que hoy, los tengo. Y que los quiero muchísimo.
            >>Matilde. Mi amada Matilde, eres lo mejor que me pudo haber pasado, creo que sin ti, mi vida en este momento no tendría mucho sentido. Me has enamorado completamente y espero que jamás te alejes de mí.
            Con un gran pesar en el alma, y con los ojos llenos de llanto me traslade a una silla donde di rienda suelta a mis lágrimas. Era el peor día de mi vida y estaba sola, mi celular no recibía llamadas por la falta de señal y no había a nadie que conociera de los numerosos invitados.
            Tomé un vaso de ron con cola y empecé a beber en un rincón apartado cerca de unos arbustos, mientras lloraba silenciosamente.
***
— ¿Amor?—escuché cerca de mí, me volteé y vi cerca de una chica de mediana estatura de piel clara, pelos y ojos color caoba, que se protegía apenas del inminente frío del invierno del 2011 con una delgada chaqueta negra. No se fijó que yo la observaba hablar por celular—. Estoy bien, tranquilo, en una hora más o menos me devuelvo para la casa…no, no es que este aburrido el carrete, es que hace mucho frío—su voz reflejaba la  voz de una persona enamorada—… ya te llamo cuando llegue a la casa, te amo, Marquito.
            Colgó el celular y después me miró, cuando se fijó que estaba allí no pudo evitar ahogar un grito, más que mal, no es común ver  a una chica llorando en medio de los arbustos de una lujosa mansión.
            —Perdona— logré pronunciar con mi voz quebrada—, no era mi intensión asustarte.
            —No, tranquila—dijo y se acercó tímidamente a mi—, ¿pasa algo? ¿Si quieres me voy?
            —No, quédate, quizás me puedas ayudar—dije sin saber porque iba a revelarle uno de mis pesares a una perfecta desconocida.
            Se presentó, era Paula Olivares, una chica del curso de Pablo, y que también fue invitada a la fiesta sorpresa por mi amigo, le conté en breves palabras lo que me acontecía, la pena que sentía de ver a Pablo con Matilde, dejar que mi corazón sufriera y de sentirme cada vez mas destruida por dentro.
—Mira—dijo Paula y se acomodó en la silla después de que le conté toda la historia—, a mí se me ocurre que debes ir y decirle lo que sientes, no pierdes nada, y debes jugártela por el Pablo.
—Pero él quiere a Matilde—dije algo resignada.
—Nadie quiere a Matilde—lo dijo cómo si fuese algo que todos sabemos, cómo que el aire nos sirve para vivir—. Es mi mejor amiga, todo lo que quieras, pero solo la ocupan para sexo, Pablo puede estar enamorado ahora, pero después con el tiempo se dará cuenta que no la quiere y volverá corriendo hacia a ti.
— ¿Tú crees, Paula?—dije mirándola a los ojos, me sequé la cara toda llena de lagrimas.
— ¡Si, ve dile!—dijo entusiasmada—. Pero primero arreglémoste un poquito, no creo que le guste verte toda llorosa.
Fuimos al baño, me lavé bien la cara y me sentí cómo  nueva, iba decidida a cumplir mi objetivo. Salí por el ventanal de la casa y allí los vi besarse, pero ella desvió la mirada a su celular.
Este es el momento, Coni. Paula me guiñó el ojo y levantó su pulgar derecho en señal de suerte, le sonreí y le asentí con la cabeza, fui casi inexpresiva, no quería denotar mucha desesperación.
—Pablo, necesito hablar contigo. ¿Puedes?—básicamente era una pregunta para Matilde más que para Pablo, pero a ella no le dirigía la palabra, además por lo que decía la gente, mi ex se había vuelto hacia Matilde mas devoto que un cura a un santo.
            —Si, por supuesto. Mi amor, vuelvo en un rato ¿bueno?—le preguntó y se quedó esperando la respuesta la cual me sorprendió.
            —Si claro, anda no más—Matilde hizo un breve y casi imperceptible gesto con la barbilla indicándole a Pablo que si podía ir conmigo.
Tomé a Pablo del brazo y nos empezamos a mover, quería incluso tomarle la mano, solo para tener la satisfacción de ver  la cara de Matilde partirse de ira, pero pensé que Pablo quizás rechazaría el contacto físico al frente de su “fiel polola”.
Cuando lo toqué sentí algo que no sentía hacia meses, que solo me producía él, me dio una sensación que me hizo emocionarme. Las lagrimas se querían abrir paso por mis ojos pero las retuve—habíamos quedado con Paula de no llorar, por mucha pena que tuviera, dado que seria muy patético—.
Lo llevé a la cocina, lugar al cual nadie iba pues estaba muy frío, en si la gran casa era fría y todos los invitados se estaban yendo temprano por lo mismo.
—Dime ¿Qué necesitas?—dijo cortante y frio.
Me  quedé de una sola pieza, Pablo nunca me había hablado así, ni siquiera cuando terminamos.
— P…p…Pablo—empecé a tartamudear una, por estar nerviosa y dos por la impresión que me causo que me respondiera tan oscamente—, yo aún te amo, me enferma verte con ella. Todos estos meses en la universidad, me sirvieron para darme cuenta de lo mucho que te quiero.
              —Pero Constanza, yo estoy con Matilde, tienes que asimilarlo de una vez—volvió contestarme de la misma manera, fue entonces que me di cuenta que las lagrimas empezaron a abandonar mis ojos y se asomaban por mi cara, mar de tristeza e impotencia, no me importó y volví a hablarle.
   —Pero es que Pablo, piensa que es muy difícil. ¡De un día para otro me dejaste por esa cualquiera!—quizás insultar a su polola no era el mejor método, pero estaba tan sentida en mi interior que mi orgullo sacó lo peor de mi.
—Ni te atrevas a…
Iba a seguir, pero en ese momento entraron Francisca Vargas, una chica que había conocido por un amigo hacia algunos meses, y un chico delgado de piel tan clara cómo Paula y con pelo castaño. Francisca quiso hacer ápice de saludarme pero se retractó. Sacaron una cerveza y se fueron.
—No quiero volver a escuchar que insultaste a Matilde, ¿está claro?—dijo amenazante.
—Pablo, date cuenta. Todos en esta fiesta saben que es una cualquiera…—me interrumpió abruptamente.
            — ¡Basta! No seguiré escuchando como insultas a mi polola. ¿Me escuchaste?—gritó y se fue dejandome sola.
            Entonces no pude evitar llorar, me senté en una silla, apoyé mis codos en la mesa y me cubrí la cara con mis manos y dejé que las lágrimas me abandonaran.
            Sentí cómo alguien abría la puerta de la cocina, vi a una chica de  baja estatura la cual desvió su mirada de la mía en pocos segundos, quizás se sentía muy incómoda viendo a otra persona llorar. Entonces me paré, sequé mi cara con mis manos y salí de allí. Abrí la puerta de la cocina y vi a Pablo bajar las escaleras, me acerqué rápidamente a él casi por instinto. Lo vi tenia la cara llena de pena y destrozada de dolor.
—Pablo, ¿Qué te pasó?—pregunté con algo de pena— ¿Por qué estás así?—en verdad me ponía mal verlo en ese estado.
            — ¡Acabo de ver a Matilde con Roberto teniendo sexo en el baño de mi propia casa!—la rabia se asomó por mi rostro—Perdóname pero no quiero hablar ahora—dijo y se fue.
Lo seguí hasta el despacho de su madre para tratar de consolarlo, pero él se encerró y empezó a golpear la puerta y a gritar.
— ¡Maldita! ¡Maldita! ¡Maldita!—gritaba descontroladamente. No aguanté mucho y me fui, estaba demasiado iracunda, no iba a aguantar que alguien le hiciese eso a Pablo.
Entré en la cocina enfurecida, en ese mismo instante entró Matilde. Sin mucha espera me abalancé sobre ella y empecé a halarle los cabellos.
— ¡Maraca!—dije mientras ella trataba de liberarse de mis manos las cuales al aprisionaban contra el piso— ¡no te basta con haberme quitado a mi pololo! ¡También tenias que tirarte al amigo!
No sé en que momento sentí unas manos alejarme de las greñas de Matilde y luego todo se volvió negro.
***

Sentí un golpe en mi mejilla derecha. Entonces todo volvió a la normalidad, estaba en un pequeño baño reducido con una ampolleta colgando de un hilo en el techo, estaba sentada en el wáter y frente a mí se hallaba Paula con la cara que pone la gente cuando ha hecho algo malo.
            —Lo siento—se disculpó—he tenido que golpearte porque estabas muy histérica.
            — ¿Qué pasó?—dije frotándome la mejilla.
            — ¿No te acuerdas? Quizás entraste en estado de shock—respondió Paula. Iba a contestar mi pregunta, pero el celular le empezó a sanar.
            —Alo—dijo—. Ya, papá me voy ahora.
            Colgó de inmediato y me tendió la mano. Me ofreció llevarme, pero me negué necesitaba estar sola en ese minuto, lo habrá hecho cómo sus diez veces y todas me negué al final tuvo que resignarse, se cercioró de que estaba bien y se fue.
            Salí del baño que estaba cerca del despacho de la mamá de Pablo, entonces me sentí confiada, iba a desquitar mi ira con el único a quien no le había dicho ni hecho nada. Britto. Algo me decía que aun estaba arriba.
            Subí a toda prisa la escalera de caracol, vi una luz prendida, era del baño, conocía la casa de memoria desde que pololeábamos yo y Pablo. Fui corriendo con mi puño listo para golpear a Britto, pero me encontré con mi trabajo hecho antes de que yo llegara.
            Roberto yacía en el suelo inconsciente, mientras la chica de baja estatura que había visto antes buscaba desesperada algo en la ropa de él, hasta que saco de una chaqueta de cuero botada en el piso una cámara digital plateada. Su rostro se iluminó al obtenerla, pero se puso pálida al verme.
            La mire, tenia en su mano derecha una manopla negra y luego miré a Britto, estaba botado en el piso semidesnudo, entonces se me ocurrió una brillante idea, lo primero seria ganarme la confianza de aquella chica.
             —Constanza Guevara—le tendí mi mano para presentarme la cual ella estrechó algo temblorosa, y con la mirada de un pequeño perro cuando se acerca un desconocido a éste—, encantada de conocer a alguien que quiere vengar a Pablo.
—Mabel Orrego—se presentó manteniendo la voz para no tartamudear—. Bueno no era mi intención vengar a Pablo.
Puse cara de pocos amigos.
— ¡No es que no apoye la causa de defender a alguien a quien lo engañan!  Además, este hipócrita tenia algo que me pertenecía—miró enojada por encima del hombro a Britto.
—No importa, te me adelantaste, si no lo hubieses hecho tu lo hago yo—reí.
Le ofrecí bajar a tomarnos algo y hablar de la vida, pero aquella chica aunque tierna y delicada, tenía una gran expresión de  desconfianza marcada en el rostro, la cual disfrazaba con sonrisas cínicas. 
Pablo paso por nuestro lado en la escalera, subió muy triste, pero había algo mas, algo pasaba con él en ese minuto, y esa sensación me hizo temblar de píes a cabeza.
Una vez abajo entré a la cocina, tomé rápido un vaso de agua, luego me dispuse a hablar con Mabel, pedirle la manopla y golpear a Matilde.
El resto de los hechos ocurridos en esa noche pasaron en cámara lenta para mi empezando cuando asomé mi vista por el umbral de la puerta de vaivén de la cocina, que daba hacia al living y vi a Mabel mirando la puerta de salida y vi también cómo Matilde subía al segundo piso, fue entonces cuando la ira volvió.
Salí de la cocina ya me acerqué a Mabel,  ordené que me pasara la manopla negra que tenia, al principio no entendía a que me refería, entonces le grité y ella entregó la manopla, sin miramientos subí al segundo piso.
Todo saldría perfecto, golpearía a Matilde hasta sentirme satisfecha, y luego recuperaría a Pablo.
La luz del baño seguía prendida y Britto aún estaba botado en el piso, pero no importaba. ¿Dónde estaría Matilde? Me preguntaba mientras avanzaba por el pasillo oscuro del segundo piso. Fue entonces que escuché a alguien gritar, eran unos gritos desgarradores, llenos de dolor y de pena, pero aun así quería saber de dónde venían y sobre todo, de quienes eran.
— ¡Por favor!—chilló Matilde.
Me fui acercando más, feliz de que alguien estuviese haciendo sufrir a Matilde por mí.
Agudice mis sentidos y escuché de donde provenían los gritos, era de la habitación de la madre de Pablo, había pasado tantos días en esa casa que ya sabía dónde estaba cada cosa y conocía a quien le pertenecía cada habitación, cada puesto en la mesa y cada taza de café.
Caminé temerosa aun así para ver de quien se trataba, no fuera hacer cosa que la persona que estuviese haciéndole esas cosas a Matilde me las hiciera a mi por andar de fisgona.
Abrí la puerta con cuidado, vi a Matilde con las manos levantadas, pegada al gran ventanal del pequeño balcón de Ana María Gálvez, me lanzó una mirada de suplica a la cual yo negué con la cabeza.
En ese minuto todo se volvió lento, y se quedo grabado en mi cabeza por el resto de mis días. Escuché un ruido atronador, Matilde se  cayó de espaldas, se rompió el ventanal y ella se fue por el balcón, se escuchó una zambullida en la piscina y luego un grito desgarrador.
—¡Ah!—ahogué un grito de terror ante la sorpresa de ver lo que pasó, luego escuché un ruido metálico y mira al frente mío, la persona que mató a Matilde me apuntaba con el arma homicida—calma—dije yo—. No diré nada.











 Escrito por Matías Mayork.

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