Lista de Reproducción "Histeria".


jueves, 19 de mayo de 2011

Constanza Guevara.

—Pero dijiste que ibas a venir—dije casi al borde de una ataque de ira cuando hablaba con mi amigo.
            —Entiende, Coni, ¡me enfermé!—me gritó por el celular—. Me siento muy mal, paso yendo al baño cada cinco minutos. De verdad perdona no era mi intención dejarte sola en la fiesta sorpresa de tu ex, pero creí que seria una oportunidad para que pudiéramos volver a hablar.
— ¿Y no me podías haber llevado al cine?—pregunté sarcástica y con la voz cargada de mala vibra. No es que me callera mal él pero gracias a sus suplicas estaba metida en la fiesta de mi ex, al cual no veía hace meses, al mismo que también me había dejado por la distancia que había entre nosotros y ahora estaba con la prima de mi mejor amigo. Además estaba sola y no concia a nadie.
Enojada le corté el teléfono, me senté en una butaca que había por ahí y empecé a ver las posibilidades que tenia para irme de aquella inmensa mansión. Los radio taxis ya de por si se demoraban en llegar a cualquier punto especifico de Calama, más se demorarían en encontrar las parcela que se hallaba a miles de kilómetros de la ciudad. Nadie se iría de la fiesta a esa hora si ni siquiera había llegado el invitado especial, así que no podía irme con otra persona, llamar a mis padres tampoco era una opción factible dado que estarían en una comida de la cual saldrían bien tarde…
Cuando ya iba por la decima posibilidad, me di cuenta, rechazaba todas esas opciones, no por imposibles, sino por buscar una excusa para verlo.  Pablo Calvo fue mi pololo hasta hacia algunos meses, hasta que se aburrió de tenerme lejos-dado que yo estaba en la universidad en Valparaíso- y terminó conmigo, pero supe que después se formó un relación con Matilde Santamaría Montiel, la prima de mi mejor amigo.
 Aún recuerdo los días con Pablo, él era increíble conmigo, pero creo que la distancia y el no haberme preocupado por la relación lo alejaron de mi, y lo llevaron a buscar amor en otros brazos, aun así yo tenia mi orgullo, y no podía estar en el mismo techo que la chica que me lo había quitado, pero las ganas de verlo a él, ver su sonrisa y oír su voz… no sacaba nada con engañarme a mí misma, aunque fuese completamente masoquista de mi parte, quería ver a Pablo Calvo y lo quería ver ahora.
            Algo que me daba rabia era que Pablo era muy crédulo, y juraba que en los brazos de Matilde encontraría una fidelidad absoluta, ¡ERROR! Calienta sopas Santamaría, cómo era conocida en su colegio era la chica con mas apetitos sexuales que había a su edad. Los rumores de su colegio habían cruzado la web y había llegado a mí, por eso también me enteré que no solo engañaba a Pablo con Pedro, Juan y Diego, sino que también con uno de sus mejores amigos, Roberto Britto, quien se pavoneaba cínicamente en la casa de Pablo mientras él no estaba. Mi amigo, él que estaba enfermo, me comentó que se habían conseguido la casa, gracias a las disuasiones que tuvo que hacer con Ana María Gálvez, la madre de Pablo, para que le dejara organizarle una fiesta sorpresa mientras ella estaba en Europa en uno de los cuantos negocios que se le conocían a esta famosa mujer, adinerada y envidiada por todo Chile y el mundo.
            Gálvez se había trasladado a Europa por unos días a ver el negocio de los vinos y los quesos. La exitosa mujer había sostenido en la prensa que no veía  porqué las vacas chilenas no podían dar un queso tan bueno como las francesas si eran igualmente estúpidas.
            — ¡Ya vienen, ya vienen!— gritó una chica de pequeña estatura con el pelo ondulado, la piel morena y una cara de bebe. Todos partieron a esconderse. Para mi mala suerte tuve que compartir espacio en la parte inferior de una mesa con Roberto, a quien miraba con odio desde que nos saludamos. La pequeña chica apagó la luz y se agazapó detrás de la puerta esperando allí al invitado. No tenia idea de donde había salido ella pero estaba cien por ciento segura que nunca la había visto con Pablo, es más no creo siquiera que la allá mencionado alguna vez.
            Se escuchó el ruido de la puerta al abrirse.
            Vi desde mi posición unos tacones negros deslizarse desde la entrada con elegancia mientras pasaban cerca de una butaca para anteponerse y cubrir a Mauricio, uno de los amigos más cercanos de Pablo. La yegua—Matilde— posó delicadamente las manos en la butaca y después dijo:
— ¡Hay que soy pava! Amor, se me olvidó prender la luz, ¿préndela?
            No vi a Pablo hasta que predio la luz y todos salimos de los costosos muebles de caoba y terciopelo escarlata y gritamos.
— ¡SORPRESA!
Entonces mis ojos vieron a Pablo, tal como lo recordaba, la persona que más había amado en el mundo se alzaba frente a mí. Recorrió todas las miradas de aquella habitación, todas con una sonrisa, menos a mí, cuando posó sus ojos en mi se le desvaneció la sonrisa por unos breves instantes y luego volvió a reaparecer cuando  dijo unos palabras con los ojos apunto de llenarse de lagrimas.
—No sé que decir.
—Oh mi chanchi—chilló Matilde muy agudo, haciéndose la tierna, además, y quizás adivinando que eso me heriría en el alma, le dio un largo beso a Pablo en los labios. No sé cómo, pero logré contenerme las ganas de llorar que tenia, respire profundo diez veces y me aleje de la larga cola de gente que se aglutinaba para saludar al mayor de edad.
Hice las evasivas pertinentes hasta que nos fuimos al patio donde todos se amontonaron alrededor de Pablo y tomaron un vaso de algún trago, mientras yo me mantenía apoyada en uno de los pilares de la terraza,  escuchaba un coro de gente pidiéndole a Pablo que dijera unas palabras.
            —He vivido mucho durante mi vida, mucho bueno y mucho malo. Y durante mucho tiempo no tuve amigos verdaderos, que estuvieran siempre conmigo.    Sin embargo me siento afortunado y confiado de decir que hoy, los tengo. Y que los quiero muchísimo.
            >>Matilde. Mi amada Matilde, eres lo mejor que me pudo haber pasado, creo que sin ti, mi vida en este momento no tendría mucho sentido. Me has enamorado completamente y espero que jamás te alejes de mí.
            Con un gran pesar en el alma, y con los ojos llenos de llanto me traslade a una silla donde di rienda suelta a mis lágrimas. Era el peor día de mi vida y estaba sola, mi celular no recibía llamadas por la falta de señal y no había a nadie que conociera de los numerosos invitados.
            Tomé un vaso de ron con cola y empecé a beber en un rincón apartado cerca de unos arbustos, mientras lloraba silenciosamente.
***
— ¿Amor?—escuché cerca de mí, me volteé y vi cerca de una chica de mediana estatura de piel clara, pelos y ojos color caoba, que se protegía apenas del inminente frío del invierno del 2011 con una delgada chaqueta negra. No se fijó que yo la observaba hablar por celular—. Estoy bien, tranquilo, en una hora más o menos me devuelvo para la casa…no, no es que este aburrido el carrete, es que hace mucho frío—su voz reflejaba la  voz de una persona enamorada—… ya te llamo cuando llegue a la casa, te amo, Marquito.
            Colgó el celular y después me miró, cuando se fijó que estaba allí no pudo evitar ahogar un grito, más que mal, no es común ver  a una chica llorando en medio de los arbustos de una lujosa mansión.
            —Perdona— logré pronunciar con mi voz quebrada—, no era mi intensión asustarte.
            —No, tranquila—dijo y se acercó tímidamente a mi—, ¿pasa algo? ¿Si quieres me voy?
            —No, quédate, quizás me puedas ayudar—dije sin saber porque iba a revelarle uno de mis pesares a una perfecta desconocida.
            Se presentó, era Paula Olivares, una chica del curso de Pablo, y que también fue invitada a la fiesta sorpresa por mi amigo, le conté en breves palabras lo que me acontecía, la pena que sentía de ver a Pablo con Matilde, dejar que mi corazón sufriera y de sentirme cada vez mas destruida por dentro.
—Mira—dijo Paula y se acomodó en la silla después de que le conté toda la historia—, a mí se me ocurre que debes ir y decirle lo que sientes, no pierdes nada, y debes jugártela por el Pablo.
—Pero él quiere a Matilde—dije algo resignada.
—Nadie quiere a Matilde—lo dijo cómo si fuese algo que todos sabemos, cómo que el aire nos sirve para vivir—. Es mi mejor amiga, todo lo que quieras, pero solo la ocupan para sexo, Pablo puede estar enamorado ahora, pero después con el tiempo se dará cuenta que no la quiere y volverá corriendo hacia a ti.
— ¿Tú crees, Paula?—dije mirándola a los ojos, me sequé la cara toda llena de lagrimas.
— ¡Si, ve dile!—dijo entusiasmada—. Pero primero arreglémoste un poquito, no creo que le guste verte toda llorosa.
Fuimos al baño, me lavé bien la cara y me sentí cómo  nueva, iba decidida a cumplir mi objetivo. Salí por el ventanal de la casa y allí los vi besarse, pero ella desvió la mirada a su celular.
Este es el momento, Coni. Paula me guiñó el ojo y levantó su pulgar derecho en señal de suerte, le sonreí y le asentí con la cabeza, fui casi inexpresiva, no quería denotar mucha desesperación.
—Pablo, necesito hablar contigo. ¿Puedes?—básicamente era una pregunta para Matilde más que para Pablo, pero a ella no le dirigía la palabra, además por lo que decía la gente, mi ex se había vuelto hacia Matilde mas devoto que un cura a un santo.
            —Si, por supuesto. Mi amor, vuelvo en un rato ¿bueno?—le preguntó y se quedó esperando la respuesta la cual me sorprendió.
            —Si claro, anda no más—Matilde hizo un breve y casi imperceptible gesto con la barbilla indicándole a Pablo que si podía ir conmigo.
Tomé a Pablo del brazo y nos empezamos a mover, quería incluso tomarle la mano, solo para tener la satisfacción de ver  la cara de Matilde partirse de ira, pero pensé que Pablo quizás rechazaría el contacto físico al frente de su “fiel polola”.
Cuando lo toqué sentí algo que no sentía hacia meses, que solo me producía él, me dio una sensación que me hizo emocionarme. Las lagrimas se querían abrir paso por mis ojos pero las retuve—habíamos quedado con Paula de no llorar, por mucha pena que tuviera, dado que seria muy patético—.
Lo llevé a la cocina, lugar al cual nadie iba pues estaba muy frío, en si la gran casa era fría y todos los invitados se estaban yendo temprano por lo mismo.
—Dime ¿Qué necesitas?—dijo cortante y frio.
Me  quedé de una sola pieza, Pablo nunca me había hablado así, ni siquiera cuando terminamos.
— P…p…Pablo—empecé a tartamudear una, por estar nerviosa y dos por la impresión que me causo que me respondiera tan oscamente—, yo aún te amo, me enferma verte con ella. Todos estos meses en la universidad, me sirvieron para darme cuenta de lo mucho que te quiero.
              —Pero Constanza, yo estoy con Matilde, tienes que asimilarlo de una vez—volvió contestarme de la misma manera, fue entonces que me di cuenta que las lagrimas empezaron a abandonar mis ojos y se asomaban por mi cara, mar de tristeza e impotencia, no me importó y volví a hablarle.
   —Pero es que Pablo, piensa que es muy difícil. ¡De un día para otro me dejaste por esa cualquiera!—quizás insultar a su polola no era el mejor método, pero estaba tan sentida en mi interior que mi orgullo sacó lo peor de mi.
—Ni te atrevas a…
Iba a seguir, pero en ese momento entraron Francisca Vargas, una chica que había conocido por un amigo hacia algunos meses, y un chico delgado de piel tan clara cómo Paula y con pelo castaño. Francisca quiso hacer ápice de saludarme pero se retractó. Sacaron una cerveza y se fueron.
—No quiero volver a escuchar que insultaste a Matilde, ¿está claro?—dijo amenazante.
—Pablo, date cuenta. Todos en esta fiesta saben que es una cualquiera…—me interrumpió abruptamente.
            — ¡Basta! No seguiré escuchando como insultas a mi polola. ¿Me escuchaste?—gritó y se fue dejandome sola.
            Entonces no pude evitar llorar, me senté en una silla, apoyé mis codos en la mesa y me cubrí la cara con mis manos y dejé que las lágrimas me abandonaran.
            Sentí cómo alguien abría la puerta de la cocina, vi a una chica de  baja estatura la cual desvió su mirada de la mía en pocos segundos, quizás se sentía muy incómoda viendo a otra persona llorar. Entonces me paré, sequé mi cara con mis manos y salí de allí. Abrí la puerta de la cocina y vi a Pablo bajar las escaleras, me acerqué rápidamente a él casi por instinto. Lo vi tenia la cara llena de pena y destrozada de dolor.
—Pablo, ¿Qué te pasó?—pregunté con algo de pena— ¿Por qué estás así?—en verdad me ponía mal verlo en ese estado.
            — ¡Acabo de ver a Matilde con Roberto teniendo sexo en el baño de mi propia casa!—la rabia se asomó por mi rostro—Perdóname pero no quiero hablar ahora—dijo y se fue.
Lo seguí hasta el despacho de su madre para tratar de consolarlo, pero él se encerró y empezó a golpear la puerta y a gritar.
— ¡Maldita! ¡Maldita! ¡Maldita!—gritaba descontroladamente. No aguanté mucho y me fui, estaba demasiado iracunda, no iba a aguantar que alguien le hiciese eso a Pablo.
Entré en la cocina enfurecida, en ese mismo instante entró Matilde. Sin mucha espera me abalancé sobre ella y empecé a halarle los cabellos.
— ¡Maraca!—dije mientras ella trataba de liberarse de mis manos las cuales al aprisionaban contra el piso— ¡no te basta con haberme quitado a mi pololo! ¡También tenias que tirarte al amigo!
No sé en que momento sentí unas manos alejarme de las greñas de Matilde y luego todo se volvió negro.
***

Sentí un golpe en mi mejilla derecha. Entonces todo volvió a la normalidad, estaba en un pequeño baño reducido con una ampolleta colgando de un hilo en el techo, estaba sentada en el wáter y frente a mí se hallaba Paula con la cara que pone la gente cuando ha hecho algo malo.
            —Lo siento—se disculpó—he tenido que golpearte porque estabas muy histérica.
            — ¿Qué pasó?—dije frotándome la mejilla.
            — ¿No te acuerdas? Quizás entraste en estado de shock—respondió Paula. Iba a contestar mi pregunta, pero el celular le empezó a sanar.
            —Alo—dijo—. Ya, papá me voy ahora.
            Colgó de inmediato y me tendió la mano. Me ofreció llevarme, pero me negué necesitaba estar sola en ese minuto, lo habrá hecho cómo sus diez veces y todas me negué al final tuvo que resignarse, se cercioró de que estaba bien y se fue.
            Salí del baño que estaba cerca del despacho de la mamá de Pablo, entonces me sentí confiada, iba a desquitar mi ira con el único a quien no le había dicho ni hecho nada. Britto. Algo me decía que aun estaba arriba.
            Subí a toda prisa la escalera de caracol, vi una luz prendida, era del baño, conocía la casa de memoria desde que pololeábamos yo y Pablo. Fui corriendo con mi puño listo para golpear a Britto, pero me encontré con mi trabajo hecho antes de que yo llegara.
            Roberto yacía en el suelo inconsciente, mientras la chica de baja estatura que había visto antes buscaba desesperada algo en la ropa de él, hasta que saco de una chaqueta de cuero botada en el piso una cámara digital plateada. Su rostro se iluminó al obtenerla, pero se puso pálida al verme.
            La mire, tenia en su mano derecha una manopla negra y luego miré a Britto, estaba botado en el piso semidesnudo, entonces se me ocurrió una brillante idea, lo primero seria ganarme la confianza de aquella chica.
             —Constanza Guevara—le tendí mi mano para presentarme la cual ella estrechó algo temblorosa, y con la mirada de un pequeño perro cuando se acerca un desconocido a éste—, encantada de conocer a alguien que quiere vengar a Pablo.
—Mabel Orrego—se presentó manteniendo la voz para no tartamudear—. Bueno no era mi intención vengar a Pablo.
Puse cara de pocos amigos.
— ¡No es que no apoye la causa de defender a alguien a quien lo engañan!  Además, este hipócrita tenia algo que me pertenecía—miró enojada por encima del hombro a Britto.
—No importa, te me adelantaste, si no lo hubieses hecho tu lo hago yo—reí.
Le ofrecí bajar a tomarnos algo y hablar de la vida, pero aquella chica aunque tierna y delicada, tenía una gran expresión de  desconfianza marcada en el rostro, la cual disfrazaba con sonrisas cínicas. 
Pablo paso por nuestro lado en la escalera, subió muy triste, pero había algo mas, algo pasaba con él en ese minuto, y esa sensación me hizo temblar de píes a cabeza.
Una vez abajo entré a la cocina, tomé rápido un vaso de agua, luego me dispuse a hablar con Mabel, pedirle la manopla y golpear a Matilde.
El resto de los hechos ocurridos en esa noche pasaron en cámara lenta para mi empezando cuando asomé mi vista por el umbral de la puerta de vaivén de la cocina, que daba hacia al living y vi a Mabel mirando la puerta de salida y vi también cómo Matilde subía al segundo piso, fue entonces cuando la ira volvió.
Salí de la cocina ya me acerqué a Mabel,  ordené que me pasara la manopla negra que tenia, al principio no entendía a que me refería, entonces le grité y ella entregó la manopla, sin miramientos subí al segundo piso.
Todo saldría perfecto, golpearía a Matilde hasta sentirme satisfecha, y luego recuperaría a Pablo.
La luz del baño seguía prendida y Britto aún estaba botado en el piso, pero no importaba. ¿Dónde estaría Matilde? Me preguntaba mientras avanzaba por el pasillo oscuro del segundo piso. Fue entonces que escuché a alguien gritar, eran unos gritos desgarradores, llenos de dolor y de pena, pero aun así quería saber de dónde venían y sobre todo, de quienes eran.
— ¡Por favor!—chilló Matilde.
Me fui acercando más, feliz de que alguien estuviese haciendo sufrir a Matilde por mí.
Agudice mis sentidos y escuché de donde provenían los gritos, era de la habitación de la madre de Pablo, había pasado tantos días en esa casa que ya sabía dónde estaba cada cosa y conocía a quien le pertenecía cada habitación, cada puesto en la mesa y cada taza de café.
Caminé temerosa aun así para ver de quien se trataba, no fuera hacer cosa que la persona que estuviese haciéndole esas cosas a Matilde me las hiciera a mi por andar de fisgona.
Abrí la puerta con cuidado, vi a Matilde con las manos levantadas, pegada al gran ventanal del pequeño balcón de Ana María Gálvez, me lanzó una mirada de suplica a la cual yo negué con la cabeza.
En ese minuto todo se volvió lento, y se quedo grabado en mi cabeza por el resto de mis días. Escuché un ruido atronador, Matilde se  cayó de espaldas, se rompió el ventanal y ella se fue por el balcón, se escuchó una zambullida en la piscina y luego un grito desgarrador.
—¡Ah!—ahogué un grito de terror ante la sorpresa de ver lo que pasó, luego escuché un ruido metálico y mira al frente mío, la persona que mató a Matilde me apuntaba con el arma homicida—calma—dije yo—. No diré nada.











 Escrito por Matías Mayork.

martes, 12 de abril de 2011

Mabel Orrego.

Matilde me llamó a eso de las nueve de la noche, avisándome de que ya estaban a punto de llegar con Pablo, él cual estaba de cumpleaños y le estábamos haciendo una fiesta sorpresa.
            Con mal humor me puse en la ventana y miré aburrida esperando ver el Golf Cabriolet verde de Matilde, para decirles a todos que se ocultaran. Cuando eso pasó, me escondí al lado de la puerta- el de la bisagra-, asi antes de que se abriese estaría ya escondida en el momento de decir sorpresa.
            Creo que ese siempre será mi lugar mientras siga con Matilde, escondida tras una puerta, pero es que no puedo separarme de ella, traté, pero ella tiene algo que me perjudica, y si dejó que lo ocupe en mi contra estaré en problemas, por eso debía permanecer con ella hasta poder robarle lo que necesito.
            Entraron, tuve que tener un poco de cuidado para que la puerta no me aplastara, soy bastante menudita. Vi cómo entraba primero Matilde, castaña, vestía una blusa blanca con una mini negra y unos tacones del mismo color. Tras ella entró Pablo con una chaqueta negra y unos jeans oscuros, reconocí su pelo descuidado y café, iluminado por el fulgor de la luna llena que entraba por la puerta.
            — ¡Hay que soy pava! Amor, se me olvidó prender la luz, ¿préndela?—le pido haciéndose la  tierna.
Pablo, cómo buen perrito faldero que era, prendió la luz. El living lujoso de su casa se iluminó, y todos salimos de nuestros puestos al mismo tiempo y gritamos.
— ¡SORPRESA!—me miró fugazmente por haber salido de detrás de la puerta, luego  dijo, mirando a todos:
—No sé que decir— escuché cómo su voz se quebraba, creo que no se esperaba otra fiesta sorpresa, después de la que ya le habíamos hecho el año pasado en Lomas Huasi. Claro que éste año faltaba uno de mis mejores amigos, que habia ayudado a organizar la fiesta del año anterior, pero ahora estaba enfermo. Le comenté a Francisca Vargas la diarrea que había tenido y no pudo evitar reírse de él.
Matilde dijo algo en una voz demasiado aguda y corrió a abrazar a Pablo y se dieron un largo y prolongado beso.
Creo haber sido la primera en haber saludado a Pablo. Lo abracé le deseé un feliz cumpleaños y que encontrara la paz y la felicidad que merecía. Evidentemente para mí era decirle “deja a esta huevona, te caga con tu amigo, imbecil”.
Después de mi, vino el más cínico de  todos, Roberto Britto, quien  abrazó a Pablo, le dijo que le quería mucho, que ojala lo pasara muy bien.
— ¿Quién podría pasarlo bien con unos cuernos cómo los suyos?—susurré.
— ¿Dijiste algo, enana?—preguntó Britto. Pablo se fue a saludar a Mauricio y a Mirko.
Yo miré de reojo a Britto, fruncí los labios y dije con voz cínica:
—No nada, Roberto. Y no me digas más enana que me carga—me fui pasando a llevar  con mi hombro parte de su cuerpo. El me agarró del brazo y me plantó de nuevo frente a él.
—No te conviene hacerme enojar, Orrego—dijo desafiante.
— ¿A si?—lo miré de reojo y puse los brazos en jarra—. ¿Tendría que temerte, Britto?
—Claro que sí—dijo encarando una ceja. Le iba a decir que no tenía tiempo para sus estupideces, pero él me atajó—. No creas que Matilde sea la única que ha visto las fotos, ni la única que tiene copias—sacó de su chaqueta de cuero una cámara digital—. En esto se puede ver exactamente cómo consumías marihuana, Mabel.
Alcé mi brazo para tratar de arrebatarle la  cámara, pero Roberto fue más rápido, y más alto que yo y la puso sobre su cabeza.
— ¡Pásame eso Roberto!—dije firmemente.
—Mira, enana, debes ser más respetuosa conmigo—dijo desafiante—. Sino tus papitos se enteraran que su hija le hace a la maría—luego rió burlescamente.
Mientras se reía le golpeé en el estomago y él se agachó sorprendido, porque no creo que mi puño doliese algo.
— ¡Escúchame, tarde o temprano me vengare!—dije con voz sombría en su oído. Luego me alejé de él con  paso firme, y salí al jardín, ya todos nos habían abandonado.
Cuando llegué Pablo estaba dando un brindis, y lo único que quería era irme de allí. ¡No! Gritar todas las mierdas que tenia escondida Matilde Santamaría, luego golpearla en el piso, comer un poco de helado, y después irme.
Me senté sola casi todo el rato, los demás bailaban, pero yo no estaba interesada en nada. Varios trataron de sacarme al jardín a bailar, pero los rechacé tratando de fingir cortesía, no quería estar con nadie, solo pensaba cómo robarle la cámara a Roberto.

***
Recuerdo que desde donde yo estaba se podía ver a la gente salir y entrar a la casa. Cuando ya no quedaba más que unas pocas personas vi que Javier y Francisca entraron y me dejaron sola.
            Decidí pararme, llamar a mi madre para que me viniera a buscar e irme, pero justo en ese momento Matilde me agarró del brazo y me llevó por la puerta del lavadero de la casa, de allí salimos a un pasillo escasamente iluminado que daba con una pared con una puerta de vaivén, y una escalera de caracol.
— ¡Me haces daño!—dije zafándome de  un tirón.
— ¡Y qué me importa!—me espetó y yo me quede helada ante su brusquedad—. Mira, voy a subir y estaré un rato con  Roberto, si Pablo sube lo distraes.
Me quedé parada ahí mirando sus tacones negros y luego le respondí:
—No—lo dije casi en susurró pero estaba segura que Matilde había escuchado.
— ¡A ver!—me increpó, luego me puso contra la pared sujetándome el hombro izquierdo con  su mano derecha y con la otra me apuntaba maliciosamente con el índice—. Lo vas a distraer, él no puede subir, ¿me entendiste?
—No, yo  estoy harta de las mentiras—dije furiosa, estaba demasiado enojada para hacerle recados a Matilde.
—Me importa una mierda, si estas harta o no. Si Pablo sube, ten por seguro que mañana mismo me encargo de publicar las fotos que tú y yo sabemos, en Facebook. Que tragedia para la familia Orrego una hija que se dedica el tiempo libre a...
— ¡Ya, está bien!—le interrumpí llena de impotencia.
—Así me gusta, eres una chica buena Mabel— me dio un beso en la frente, luego me hizo un gesto para que vigilara la puerta y se fue. 
Hastiada me apoyé en la pared, me relajé. Cómo se había apagado la muisca solo se escuchaba el ruido del viento por el ventanal. Cuando estaba más  tranquila escuché un ruido que venía desde la escalera de caracol, desvié la vista rápido y pude divisar las zapatillas medias deslavadas de Pablo. Había subido la escalera, y también salió por la otra puerta. Hubiese hecho el intento de detenerlo, pero estaba tan harta de todo, saqué de la cocina una cerveza, donde vi una chica morena de pelo liso negro llorando sobre la mesa, mi sentido de generosidades me decía que le hablara, pero justo en ese momento se paró y se fue.
Me fui a la silla de playa donde había estado mirando la luz de la piscina. Escuché unos cuantos ruidos, escuche a alguien gritar maraca a alguien, pero no quise ir, solo pensaba en cómo quitarle la cámara a Britto allí estaba mi llave para liberarme de Matilde de una vez por todas.
De la nada surgió una idea.
            Avancé hacia la casa, iba a subir a la pieza de huéspedes, pero no pude evitar pararme a escuchar una conversación que venía desde la cocina, justo de la puerta que daba al pasillo que llevaba al  living, aparentemente a alguien la tenían contra la pared.
 —Me las vas a pagar mala amiga—escuché decir a Matilde.
— ¿Y por qué se puede saber?—respondió Francisca—. Por haber sido sincera, Mati, ¿por eso?
—No, por hocicona, ya vas a ver. —le amenazó Matilde, su voz empezó a subir de tono.
— ¿A si?—dudó Francisca en tono irónico. Yo ya sentía miedo por ella, quizás cómo ella era buena amiga de Matilde no sabía que debía temerle, dado que a Matilde, aquel que la provocaba no tenia un futuro muy bonito— ¿Qué me harás, divulgaras secretos míos por el colegio?
— Que no se te olvide que mi viejo, es el jefe del tuyo, y por haberte puesto insolente conmigo, mañana mismo  tú y tu familia se van a la calle sin ningún peso—. Gritó, pero luego puso su voz dulce y cínica que ponía cuando quería atemorizarla más a una—. Créeme Francisca, no te conviene tenerme de enemiga.
Sentí la puerta correrse y casi me dio en la nariz pero alcancé a retroceder.
Matilde hizo con su cabeza un ademan de buscar algo,  su pelo corto y castaño se movió con ella.
Me miró, y me grito.
— ¡Ya me las arreglare contigo, inútil!—se fue muy rápido hacia afuera.
Subí rápidamente la escalera tenia una oportunidad. Llegué a la habitación de huéspedes, allí había dejado mi bolso cuando llegué a la casa. Prendí la luz y vi todos los abrigos y bolsos de la gente que aun quedaba en la casa. Ya  no eran tantos. Tomé el mío y saqué de éste una manopla negra de fierro, era algo pesada, pero podía con ella. Recuerdo que hace unos meses mi amigo, el que falto a la fiesta, me la prestó para devolverme a mi casa y ahora la ocuparía para quitarle esa cámara a Britto.
Lo demás  fue muy fácil. Apenas salí de la habitación de huéspedes vi la luz del baño prendida, quise ir a ver quien estaba allí. No importaba retrasar la recuperación de la cámara, estaba cien por cien segura de que pasaría esa noche antes de irme, y nadie sospecharía de la pobre y tierna Mabel Orrego.
Me acerqué con la manopla al umbral de la puerta, y cuando vi que Britto estaba agachándose para recuperar su polera aproveché de hacer realidad mi plan.
Sigilosa y rápida me adentré en l baño, y le propiné un golpe muy fuerte en la sien, Roberto cayó al instante inconsciente. Busqué su chaqueta de cuero. Recién allí me fijé que solo tenia puesto el bóxer a cuadrille azul. Cerca de su pie estaba la chaqueta, la tomé y saqué la cámara.
Salí del baño pero en el umbral me topé con la chica de piel de caramelo y el pelo negro que le caía cómo una delicada y fina cortina, con unos ojos del mismo tono, me miró extrañada,  luego a Britto y luego me extendió la mano.
—Constanza Guevara—le estreché la mano extrañada—, encantada de conocer a alguien que quiere vengar a Pablo.
—Mabel Orrego—dije extrañada—. Bueno no era mi intención vengar a Pablo. ¡No es que no apoye la causa de defender a alguien a quien lo engañan!—dije cuando puso una mueca rara en su cara—, además este hipócrita tenia algo que me pertenecía—dije mirando con desdén a Britto inconsciente y semidesnudo en el suelo del baño.
—No importa, te me adelantaste, si no lo hubieses hecho tu lo hago yo—rió Constanza. Bajamos la escalera juntas, era demasiado simpática, y eso me parecía sospechoso. Tiendo a desconfiar de la gente cuando estoy nerviosa y ella no seria la excepción. A mi parecer quería algo que yo tenia.  
Vimos a Pablo subir muy afectado, pero no llorando, Constanza se estremeció, pero no le prestó atención, cuando bajó se fue a la cocina, entonces aproveché. Corrí a la puerta de entrada, iba a salir, pero luego vi a Francisca sentada en la escalera llorando. No me vio, cerré la puerta con cuidado para que no me sintiera y luego volvi a entrar.
Constanza estaba detrás de mí.
— ¡Ah!—grité—. Me asustaste.
—Tu manopla—dijo con voz queda.
— ¿Perdón?—pregunté pensando que no había escuchado bien.
— ¡Dame tu manopla!—asustada se la di.
Ella salió corriendo y la perdí de vista en la escalera de caracol.
A esas alturas nada me importaba.
Agarré la cámara. Salí de la casa y arrojé la cámara a la piscina y justo en ese momento todo empeoró.
Escuché el ruido de un disparo, luego el de un vidrio quebrarse.
Vi cómo algo caía desde las alturas y se zambullía en la piscina. Me acerqué a ver y vi a Matilde, estirada boca arriba con su vestido de fiesta, tenia un agujero en la cabeza y los ojos verdes estaban completamente abiertos mirando el cielo estrellado del norte de Chile.
— ¡Aaaaaaah!—grité espantada, pronto empecé a chillar y a  llorar cómo un bebe, y sin poder evitarlo.
Sin percatarme sentí una mano que me rodeó y me acercó a su cuerpo. Era Francisca. Me oculté en su hombro sin parar de  repetir que estaba muerta.
Sentí como Francisca me golpeó en la mejilla, entonces todo se volvió negro.
















Escrito por Matías Mayork.

lunes, 4 de abril de 2011

Capitulo 3:

3:20 A.M.
Matías  y Francisca le tuvieron que explicar a Pablo que necesitaban un cuarto tranquilo para interrogar  a los sospechosos, por ende necesitaban un lugar aislado donde pudieran hablar en calma, Pablo les ofreció el despacho de su madre, con la promesa que nadie  tocara nada. Después de que los chicos juraron y re juraron por lo más importantes de sus vidas que no pasaría nada con los muebles del interior del despacho, que al parecer eran o muy caros o muy antiguos, pudieron pasar a él.
            Pablo los llevó por un pasillo que conectaba al living con un pasillo lleno de habitaciones de huéspedes, por lo que los chicos manejaban Pablo tenia un millón de familiares revueltos por Chile y el mundo y por eso su madre había construido tantas habitaciones extras para que no pasaran una estancia con hacinamiento.
En las paredes del pasillo colgaban retratos muy antiguos de hombre y mujeres, que iban cambiando a medida que avanzaban, primero eran retratos al oleo muy antiguos de hombres y mujeres de la época del renacimiento, luego cambiaban a daguerrotipos en blanco y negro o en sepia de personas vestidas con trajes de finales del siglo XIX y principios del XX.
Francisca no podía dejar de mirar aterrada los ojos de los que habitaban en esos cuadros y fotografías, dado que ninguno sonreía, todos miraban con un aire  altanero desde sus marcos, tenían barbillas prominentes, labios pequeños y apretados y unos ojos fijos y penetrantes.
—Eh… ¿Pablo?—balbuceó Francisca.
—Dime—inquirió Pablo que iba delante del grupo, luego venia Matías y después Francisca.
— ¿Quiénes son ellos?—preguntó señalando al daguerrotipo más cercano de una mujer arrugada  y que tenia el seño fruncido mirando a la cámara.
—Mis ancestros, los Gálvez—dijo con un cierto aire de orgullo.
—Ah—dijo Francisca muerta de miedo.
La verdad es que no era muy grato pasar por ahí, ni siquiera para Matías que hasta ese momento no se había quejado de nada, ni se habia asustado con nada, pero era realmente escalofriante pasar por un pasillo lleno de rostros que lo juzgan a uno.
Al final del extenso pasillo se encontraba una puerta negra,  una placa de bronce  que rezaba el nombre de “Ana María Gálvez H.”. Pablo se sacó del bolsillo un manojo de llaves,  después de buscar puso una en la cerradura de la puerta y la abrió, la puerta profirió un chirrido fantasmagórico que retumbo en todo el largo pasillo, Francisca saltó asustada detrás de Matías y hundió sus uñas en su espalda.
—Au—se quejó Matías mirando a su amiga con reproche.
— ¿Pasa algo, Matías?—Preguntó Pablo mirando por encima del hombro mientras buscaba un interruptor para encender la luz.
—Eh… no nada— carraspeó Matías, luego se agachó un poco para quedar a la altura de la oreja de Francisca—.Panchi, por favor un poquito de seriedad—le dijo en susurro.
—Perdón—se disculpó la chica retirando las manos de la espalda de Matías.  
Cuando Pablo prendió la luz, les dijo que pasaran, una lámpara de vidrio alumbraba la estancia la cual estaba pintada de un magenta oscuro, con varios cuadros texturizados de flores blancas, había un inmenso sillón frente a una chimenea al lado derecho de este había una ventana que daba al patio y que en ese instante tenia echadas unas cortinas de terciopelo verde con borlas doradas,  en la parte izquierda de la habitación había un escritorio inmenso, cuidadosamente barnizado y labrado con unas patas de león, tras él había una hermosa butaca de una madrea oscura y cuero, frente al escritorio había dos sillas pequeñas, pero igual de decentes.
—Si quieren pueden sentarse en ella—dijo Pablo señalando a la monumental silla labrada, cuando hizo ese gesto se fijo que habia una estantería llena de libros de encuadernación antigua detrás del conjunto del escritorio.
Matías y Francisca pasaron tímidos a la estancia.
—Gracias, Pablo—dijeron al unisonó.
—De nada—dijo Pablo esbozando una sonrisa grande, pero forzada—. ¿Hay algo más que se les ofrezca?
—Sí, llama a Constanza por favor, tenemos que hablar con ella—pidió Francisca acercándose al sillón que estaba al frente de la chimenea.
—Bueno en seguida—respondió Pablo y salió de la habitación con un aire de pesar, aparentemente seguía triste.
— ¿Estás lista?—preguntó Matías acercándose parándose detrás de Francisca y viendo la hermosa chimenea labrada en piedra que estaba sin prender.
—Sí—respondió Francisca dándose vuelta y abrazando a Matías—. Amigo descubriremos quien mató a Matilde aunque sea lo último que hagamos.
Matías le correspondió al abrazo fraternalmente y luego se separaron, estaban viviendo momentos de tensión y ambos eran sensibles a casi todo y en ese momento estaban más unidos que nunca por un bien común.  
            Se escuchó un golpeteo en la puerta.
            —Adelante—dijo Matías preparándose para sentarse en la inmensa butaca.
Constanza entró en la habitación con cierto recelo, con Francisca se miraron intensamente cómo por un minuto, luego la amiga de Matías puso una silla al lado de él.
Matías con un gesto con la mano le hizo una seña para que Constanza se sentara delante de ellos.
— ¿Y bien, qué quieren?—preguntó arisca cuando se sentó en la silla, se apoyo en uno de los brazos ésta tenía y cruzó su piernas.
—Bueno, Constanza—comenzó Matías apoyando las manos en el escritorio—, queremos hacerte un par de preguntas sobre esta noche.
—Entonces apúrate, no tengo ganas de perder mi tiempo—estaba enfadada.
—Corazon—dijo Francisca haciendo una sonrisa—, me molesta tu tono de voz, no sé si estas enojada o no, pero trata de respetarnos, no te cuesta nada respondernos amablemente un par de preguntas, por mi después de esto te puedes ir al…
— ¡Francisca!—Matías exclamó en señal de reproche, la chica le devolvió la mirada nerviosa.
Matías se aclaró la garganta y empezó el interrogatorio.
— ¿Cómo era tu relación con mi prima, Constanza?—preguntó Matías.
Constanza bufó.
—Mala, ¿Cómo crees? Fue tu prima la que me robó a mi pololo—dijo asomando un poco de odio.
— ¿Tan mala como para agredirla, verbal y físicamente-se rascó el cuello—y luego matarla?
— ¡Cuidado con lo que dices! Si, la agredí, ¡porque fue capaz de quitarme a mi pololo, y más encima engañarlo! pero jamás la habría matado—hizo una pequeña pausa mientras se acomodaba un largo mechón liso con la mano derecha—...además, tengo una coartada.
Bueno dínosla, corazón-dijo Francisca estaba escéptica, Matías, se cruzó de brazos y la miró encarando una ceja.
No me trates como estúpida ¿me escuchaste? —dijo Constanza entrecerrando los ojos en señal de disgusto.
<<Si el traje te queda>>. Susurró Francisca. Matías quien las escuchó trató de mantener la compostura y no reírse de la broma.
Pablo estaba conmigo, pregúntenle—respondió tranquila echando su cabeza hacia atrás.
—Eso no es suficiente, Coni-dijo Matías serio-. Necesito que me cuentes exactamente que hacías entre el periodo que agrediste a Matilde y cuando ella murió 
Quizás recién ahí te creamos- dijo Francisca con la voz cargada.
Después de mi encuentro con Matilde, Paula me acompañó al año para tranquilizarme, estuve con ella un rato, luego iba a subir para ver si encontraba a Pablo, y me lo encontré subiendo la escalera, entonces fuimos a su pieza.
— ¿Y que hicieron allí?—preguntó Matías analizando la cara de Constanza.
—Solo escuchábamos música—dijo sin preocupación.
—Sin embargo escucharon algún ruido me imagino—inquirió Francisca haciendo una sonrisa torcida.
Si, estábamos en su pieza cuando oímos el ruido de la ventana. Pablo pensó que alguien quebró el ventanal de abajo, y bajamos corriendo...fue entonces cuando vimos lo que en verdad había pasado.
Se hizo una pausa algo incomoda en el lugar.
Matías se aclaró la garganta y continúo:
— ¿Estaban en la pieza de Pablo, la que está frente a la de su madre cierto?-preguntó.
—Sí.
— ¿Y cómo es que no escucharon nada?-preguntó Francisca, apoyándose en la mesa de golpe- ¡Estaban a  lado, mujer, y por lo que deducimos no fue un asesinato muy silencioso que digamos!
—Ya dije que Pablo puso música—respondió Constanza enojada.
— ¿Y la apagó justo antes de bajar, cierto?-pregunto Matías cruzándose de brazos.
— ¿Te das cuenta de las estúpidas preguntas que haces? ¡Ya te dije que tenemos ambos una coartada!, no seas idiota y busca al verdadero culpable ¡No pierdas el tiempo!—gritó saltando de la silla, la botó y se dirigió a la salida.
Francisca, con gran agilidad se interpuso entre ella y la puerta.
—Mira, Constanza—dijo elevando la voz—, acá no vienes  a insultar a nadie, ¡así que te  vuelves a sentar a hora mismo, porque no hemos terminado!
—Tú no me vienes a mandar, pendeja—dijo Constanza con mal humor.
— ¡Siéntate, mierda!—gritó Francisca, Constanza, asustada volvió tímidamente a su asiento.
—Solo un par de preguntas más, Constanza—declaró Matías. La chica lo miró reacia y luego asintió con la cabeza— ¿Quién crees que mató a Matilde?
— ¡Y yo que sé! ¡No conozco a mucha gente aquí!—exclamó molesta.
—Cálmate, Conita te saldrán arrugas si sigues estresándote—dijo Francisca cínicamente.
Constanza se quedó mirando fijamente a Matías ignorando el comentario, pero el chico sabía que le había molestado.
—La última —dijo Matías. Sacó de  su chaqueta la manopla negra y la puso entre los dos en el escritorio—. ¿Te parece conocida, Constanza?
Sí, Se la vi a Britto hace algún tiempo, me contó cuando se la compró—dijo Constanza.
— ¿Y no la viste en la fiesta por casualidad?—preguntó Francisca la cual se paseaba de un lado al otro por detrás de la silla de Constanza cómo un gato asechando a su presa.
Constanza miró por el rabillo del ojo a Francisca y respondió:
—No, no la he visto ésta noche—volvió la vista hacia Matías— ¿Qué tiene que ver esa manopla con todo esto?
Ésta manopla fue encontrada en la escena del crimen—respondió Francisca.
— ¿Acaso esta manopla la usaron contra Matilde?—inquirió Constanza mirando asustada el objeto de defensa personal.
—Gracias, Constanza, puedes retirarte—dijo Matías parándose del escritorio y señalando a la puerta—. Pídele a Pablo que entre.
L a chica se disponía a irse, pero se detuvo ante la perilla y dijo:
—Ahora que lo pienso no he visto a Britto en casi toda la noche.
Matías y Francisca intercambiaron una mirada rápida, luego volvieron a mirarla a ella. Cuando salió ambos se quedaron mirando.
— ¿Por qué habrá mentido?—preguntó Francisca a Matías.
—Quizás ella tenga algo que ver con lo de la manopla y le echó la culpa a Britto para que dejáramos de sospechar de ella—dijo Matías sentándose nuevamente en la silla y acomodándose en ella—. Además conozco a Britto, es un amigo mío y en todo el tiempo que lo conozco nunca le he visto ni siquiera manipular un cuchillo, así que no creo que la manopla sea de él.
—Hmmm… no lo sé—dudó Francisca apoyando el mantón en su mano derecha—. A estas alturas yo ya no confío en nadie.
—Tampoco yo.
Matías se rascó la barbilla y en ese momento apareció Pablo.
— ¿Qué es lo que necesitas, Matías?—dijo Pablo, su voz demostraba cansancio por la experiencia anterior.
—Queremos hacerte un par de preguntas, Pablo—respondió Matías—. Tranquilo no demorara mucho, siéntate por favor—se sintió raro pidiéndole que se sentara en uno de sus propios muebles.
Pablo suspiro.
—Bueno—respondió algo triste, cruzó la habitación arrastrando los pies y se sentó.
—Dime, Pablo—dijo Matías—. ¿Cómo te sentiste después de que Matilde murió?
— ¡¿Qué clase de pregunta es esa, idiota?!—exclamó Pablo con rabia.
—Cálmate, Pablo—dijo Francisca elevando su voz.
Pablo se llevó las manos a la cabeza.
—Está bien, me calmo, pero hagan preguntas que valgan la pena.
—A lo que  yo me refería amigo mío, era que quizás te podrías haber sentido algo culpable—declaró Matías.
— ¿Por qué culpable?—preguntó Pablo frunciendo el seño tratando de entender.
—Piénsalo—dijo Matías levantándose de la silla labrada—. Tu polola acaba de morir, después de una pelea de grandes proporciones… A donde quiero llegar querido amigo, es que quizás no estemos tratando con un asesino, sino con un suicidio—Matías quedó detrás de la silla de Pablo, Francisca lo miró extrañada, hasta ese momento no se le había ocurrido una posibilidad así—. Y todo porque no pudiste perdonarle un desliz.

—Primero, no seas imbecil, el disparo fue en la frente—repuso Pablo enojado apuntándose fuertemente en medio de la frente con su dedo índice.
—Hay gente que se ha suicidado asi—replicó Matías.
Pablo lo ignoró y continuó rápidamente.
—Segundo ¿un desliz? ¿Consideras que meterse con uno de mis mejores amigos es un desliz? De verdad la palabra idiota no alcanza a describirte—dijo con un tono burlón.
—No te atrevas a hablarme así mierda—gritó Matías, Pablo  se paró de su silla y ambos se quedaron mirando cara a cara. La tensión  se apodero de la habitación, ambos respiraban cómo dos toros acelerados apunto de atacarse.
Francisca nerviosa tomó de nuevo la conversación.
—Emmm…Pablo—titubeó—. ¿Cuándo fue la última vez que viste a Matilde?
A Pablo le llevó un poco voltearse, quizás pensaba que Matías lo atacaría o algo así. Éste por su lado volvió a la silla labrada, colocó su codo derecho en el mismo brazo de la silla y apoyó su mentón en su dedo índice, mientras taladraba a Pablo con la mirada.
Pablo, quien ignoraba con mucha calma la mirada de Matías, le contestó a Francisca:
—Cuando la descubrí—Pablo volvió a sentarse—. Esa fue la última vez que la vi.
— ¿Y que hiciste entre ese periodo y después de que le dispararon?—Matías soltó estas palabras como si fuesen salidas de la boca de una serpiente y estas contuviesen un  montón de veneno.
 —Vine aquí y me encerré con llave…—dijo Pablo  directamente  a los ojos de Matías y Francisca—. Luego salí a tomar un trago que tenia en mi pieza. Cuando iba subiendo la escalera me encontré con Constanza.
—Hmmm…mira tú, ¿y qué pasó después?—inquirió Matías con voz burlona.
—Entramos a mi pieza y ahí nos quedamos—a Pablo no le interesaba la actitud de Matías.
—Tu habitación, la misma que esta frente  a la de tu madre—inquirió Francisca—. En la cual según sabes ocurrió un asesinato—se sentó en uno de los brazos de  la silla que ocupaba Matías—. Es difícil ignorar un asesinato tan ruidoso, siendo que uno está al frente de la habitación donde ocurrió, ¿no crees, amigo?—Francisca apoyó su brazo en el hombro de Matías, mirándolo con complicidad.
—Sí, amiga, muy, muy raro—concordó Matías con voz sarcástica mirando a Pablo.
—Lo sé, me siento muy mal por no haber escuchado a Matilde—dijo Pablo apoyando su cabeza en su mano derecha, su cara reflejaba tristeza—. Coni y yo nos pusimos a ver televisión y le subimos mucho el volumen para ignorar el ruido de la música de abajo.  
Matías soltó una sonora carcajada, echo su cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
— ¿Qué?—inquirió Pablo algo molesto.
—Pablo—dijo Francisca, dado que Matías no paraba de reír—. Según lo que dijo Constanza, jamás vieron televisión—hizo una sonrisa hacia la derecha—. Ahora solo nos queda saber cuál de los dos miente.
Matías se levantó de la silla una vez que paró de reír, le golpeó los hombros a Pablo, cómo lo haría un amigo y luego le dijo agachándose un poco y quedando cerca de él:
—Dinos la verdad, Pablo, sino te va a pesar.
Pablo soltó un suspiró.
—Demonios está bien, no estábamos viendo la televisión, estábamos escuchando música, pero además… nos estábamos besando…—suspiró nuevamente—. Y en el momento en que ustedes me preguntaron la mentira surgió sola.
—Ah, Pablo—suspiró Matías—. Así de rápido olvidas a tus amadas.
—Está bien, lo admito por favor no me hagan sentir peor de lo que ya me siento—dijo Pablo triste.
—Pero porque sentirse mal, Pablo—dijo Matías con odio en su voz.
—Matías, para—le advirtió Francisca.
—No fue ella, la que te engañó, primero, tu solo le estabas devolviendo la moneda, porque eres un maldito…
— ¡Matías, basta!—gritó Francisca.
Ambos se quedaron mirando enojados.
—No me siento orgulloso, pero esa es la verdad—dijo Pablo antes de irse.
— ¿Se puede saber que pasa contigo?—exclamó Francisca.
Matías la ignoró, la rodeó y salió de la habitación.
— ¡¿A dónde vas?!—gritó Francisca, Matías caminaba a grandes zancadas hacia el otro lado del pasillo.
— ¡A seguir viendo los videos!—respondió volteándose bruscamente—. ¿Vienes conmigo o te quedas ahí?
***
Matías y Francisca estaban abrazados en la sala de las cámaras, hacían esto para liberar tensiones.
            —Tenemos que calmarnos, ¿ya?—replicó Francisca.
—Prometo que lo haré desde ahora—dijo Matías apretando mas  fuerte a Francisca—. Perdona si no te hice caso, es que me da rabia, todo lo que está pasando.
—Créeme que a mí también, nos hemos portado muy mal con Pablo y Coni, hay que dejar de hacer eso.
Siguieron así un par de minutos más luego se soltaron.
—Okey, manos a la obra—dijo Matías—. Veamos las grabaciones de principio a fin.
Francisca se puso frente al teclado del equipo de vigilancia y empezó a teclear a gran velocidad.
Empezaron a ver desde el principio toda la fiesta.
— ¡Detén la imagen!—pidió Matías de un salto.
Francisca lo hizo.
— ¿Qué pasó?
 — ¡Mira, eso!—señaló uno de los cuadros del monitor y se vio a Mabel, hablando con Britto.
— ¿Por qué estarían hablando esos dos?
—No lo sé… A ver reproduce.
El video no tenía sonido, pero se veía que entre ambos no se estaba dando una conversación muy placentera. En un minuto Britto sacó algo de su chaqueta algo plateado, Mabel trató de arrebatárselo, pero cómo era pequeña Britto alzó el brazo impidiendo que Mabel lo cogiera.
Francisca detuvo la imagen y la acercó, se dirigió a lo que Britto sostenía en su mano.
—Es una cámara digital—declaró Matías.
—Pero no cualquier cámara digital—replicó Francisca.
— ¿A qué te refieres?—preguntó Matías mirándola extrañado.
—Está cámara le pertenece a Matilde—explicó la chica.
— ¿Y por qué la tenia Britto?—Preguntó Matías.
Francisca tenía la vista fija en la imagen.
—Recuerda que eran amantes—respondió—. No me extrañaría que en uno de sus revolcones se le haya quedado la cámara en su casa.
Matías ignoró el comentario sobre su prima.
—Ahora que me acuerdo, hace unos días, Matilde dijo que iría a ver a Britto, para algo de la fiesta…no me acuerdo que y llevó la cámara digital. Quizás por eso la tenga—corroboró Francisca.
—Hmmm…sí, pero eso no responde porque Mabel la quería—repuso Matías.
—Tienes razón—afirmó la chica—. Ay algo que no va, quizás deberíamos seguir viendo, quizás encontremos algo más.
Volvió a reproducir todas las cámaras. Ya llevaban una hora mirando las cámaras, cuando Francisca la detuvo y le indicó la cámara de la piscina a Matías.
La imagen mostraba a Mabel, caminando hacia la piscina, sacó algo de su bolsillo y lo arrogó al agua. Francisca detuvo la imagen y  la acercó y vieron la cámara flotar cerca del agua.
— ¿Qué hay en esa cámara?—Preguntó Matías para sus adentros.
—Ha de seguir ahí, vamos.

***
Matías agarró el mosquitero para limpiar piscinas y agarró la cámara con éste. La dejó en el suelo, Francisca la agarró, empezó a apretar botones, algo desesperada.
            — ¡Mierda, no funciona!—exclamó enojada.
            Matías la tomó y empezó a inspeccionarla, entonces vio una pequeña ranura, la cual estaba vacía.
            —La memoria no está—dijo con voz sombría.
            —No tenemos nada por la cresta—Francisca estaba irritada, pero luego tuvo una idea—. El bolso de Matilde, sigue arriba, quizás haya en el algo.
            Matías asintió rápidamente con la cabeza, y ambos partieron corriendo hacia la escalera de caracol.
Francisca prendió la luz y señaló la habitación donde habían guardado todas las cosas de los invitados. En aquel momento solo quedaban  dos bolsos, uno de lana de alpaca, con motivos típicos de la zona y el otro era una cartera de cuero fino. Para ambos resultaba obvio que ese era el de Matilde. La chica lo agarró, abrió el cierre y lo dio vuelta dejando caer todo al piso. Ambos se arrodillaron y empezaron a buscar. En aquel revoltijo se encontraban los maquillajes de Matilde,  un cepillo,  unas cuantas joyas  y su billetera, Francisca la inspeccionó y encontró lo que estaba buscando.
— ¡Lotería!—exclamó mostrándole la tarjeta de memoria de la cámara de Matilde—. El problema ahora es cómo vamos a ver lo que contiene.
—Tranquila, traje mi computador portátil, podremos verlas ahí—avisó Matías.
  — ¿Por qué lo trajiste?—preguntó Francisca mientras bajaban por la escalera.
—Había pensado en quedarme a dormir—explicó Matías—. Además lo llevó siempre conmigo.
Rápidamente fueron al auto de Matías, el cual estaba aparcado frente a la casa de Pablo, tomaron rápidamente el computador y se dirigieron a la habitación de las cámaras.
Matías prendió rápidamente el computador, conecto la tarjeta y empezó a revisar las fotos.
— ¡Increíble!—dijo pensativo, viendo las fotos—. Llama a Mabel, tenemos lo necesario para interrogarla

A los pocos segundos volvió Mabel, ésta entró tímidamente en la habitación. Matías le indicó amablemente la silla con ruedas, Mabel se sentó doblando  las piernas y pegándoselas al pecho mientras las abrazaba.
—Recuerda, Francisca, tienes que ser extremadamente cuidadosa con Mabel, ella está muy traumatizada, recuerda que ella fue la primera en ver el cuerpo, seria mejor no exaltarla—aconsejó Matías en voz baja mientras Mabel se sentaba.
—De acuerdo—confirmó Francisca.
Mabel parecía una niña pequeña en esa posición, el miedo relucía en sus pupilas, y quizás eso no era bueno, si ella era la asesina, podría cometer otro asesinato por un repentino ataque de nervios.
—Dime, Mabel—Francisca se puso en cuclillas frente a Mabel—, ¿Cómo era tu relación con Matilde?
—Bueno…—dijo mirando hacia abajo—… no era de las mejore…pero eramos amigas.
— ¿En serio?—inquirió Francisca.
 —Sí—respondió en susurros.
—Que raro, nunca te vi en una fiesta, o en una de las muchas pijama party’s que ella hacia—Francisca se paró y se paseaba alrededor de Mabel con voz pensativa—. Es más nunca te vi con nosotras, pero aun así eras su amiga, ¿no?
—Sí—su voz sonaba temblorosa.
— ¿Mabel?—dijo Francisca poniéndose delante de ella—. ¿Recuerdas a Princesa, la perrita de Matilde?
—Sí, ¿Por qué la pregunta?—Mabel la miraba aterrada.
—Recuerdas cómo era, a pesar de ser tan pequeña, era más insufrible que el mismo diablo, pero aún así, Matilde la amaba y viceversa—Francisca se pasó al escritorio y se sentó—. La muy desgraciada murió hace dos meses, de vieja me imagino.
—Algo supe.
Matías se acercó a Francisca, y le susurró:
— ¿A que va todo esto?
 —Tranquilo ya voy a demostrar mi punto—dijo frotándose las manos—. Recuerdo un día en la casa de Matilde, ese día no me invitó a pasar al jardín, pero cuando subíamos a su pieza, pude verte en el living, con una pala y un escobillón, recogiendo uno de los “regalitos” de Princesa.
— ¿Qué tiene que ver eso con todo esto?—preguntó Mabel.
—Que no me parece que eso es lo que hace una amiga por otra—le espetó Francisca—. Una amiga ayuda a estudiar a la otra, le peina el pelo, le presta maquillaje, pero no le pide que recoja la caca de su perro.
—Francisca, para—dijo Matías enojado.
Francisca sin embargo lo ignoro y continuó:
— ¿Le haces esos favores a todas tus amigas?—preguntó Francisca con insidia.
— ¡No te importa!—gritó Mabel al borde del llanto.
—Oh claro que me importa—dijo acercando su cara a la de ella, haciendo que Mabel se hundiera en el asiento, luego se levantó y le mostro una grabación a Mabel de las cámaras, donde salía ella apoyada contra la pared por Matilde, en la imagen se podía ver cómo Mabel era sometida por la otra chica, y esta le gritaba, a pesar de que no había sonido, los gestos eran muy notorios—. Eso no creo que lo hagan las amigas.
— ¿Por qué te tenia Matilde asi?—preguntó Matías con voz suave y extrañado de ver a su prima actuar así.
Mabel se quedó hundida en el asiento asustada.
— ¡Responde, mierda!—gritó Francisca—. No te conviene mentirnos, tenemos algo que te puede perjudicar. ¿Te suenan esas palabras, Mabel?
—No—respondió con la voz quebrada.
—Pero me imagino que esto sí—tomó el computador de Matías y mostró una foto de Mabel con una pipa de marihuana, luego la cambio y se podía ver a Mabel botada en el piso con los ojos entreabiertos inyectados en sangre y con la boca entreabierta.
— ¡Para!—chilló Mabel.
— ¡Por eso la mataste, ¿verdad?!—Bramó Francisca—. No podías aguantar que te chantajeara con subir estas fotos a Facebook, donde todos, incluso tu familia las vería… ¡Por eso la arrogaste al agua…!—movió unas teclas y se vio la imagen anterior donde Mabel arrojaba la cámara al agua de la piscina.
—Mira bien, tarada—le espetó Mabel, en ese minuto exacto cuando Mabel arrogó la cámara, se vio caer el cuerpo de Matilde desde las alturas— ¡L o ves, lo ves!—gritó—. No fui yo, no fui yo.
Mabel se paró de la silla y se dirigía a la puerta.
—Lo siento, Mabel— se disculpó Matías—. Perdónala, ella está muy afectada…
—Porque está afectada ¿tiene derecho a tratarme asi?—se cubrió la cara con las manos y empezó a llorar.
—Mabel, yo…—dijo Francisca acercándose.
—Tú quédate—le espetó Matías, mientras Mabel lo apretaba fuerte—. Ya me encargare de ti.
—Está bien, la odiaba con todo mí ser, siempre abusó de mí, era su esclava y la de Britto, contenta, Francisca—gritó Mabel aferrada a Matías—. Pero no por eso soy una asesina.
Francisca se quedó sola en la habitación, y empezó a llorar de arrepentimiento. Se sentó en la silla del computador, y se cubrió la cara con las manos.
***
Matías le puso un vaso de jugo de naranja a Mabel frente a ella, la chica lo bebió a gran velocidad.
            — ¿Estás mejor?—preguntó Matías.
—Sí—Mabel seguía cabizbaja—. Gracias por el jugo.
—Tranquila, para eso estoy.
— ¿Matías?
—Sí, Mabel.
—Yo le robé la cámara a Britto—confesó.
— ¿Cómo?—preguntó Matías incrédulo.
—Bueno yo…—en aquel momento se escuchó la puerta de arriba de la cocina la cual daba a un pasillo oscuro, de allí salió un chico que ocupaba unas zapatillas deslavadas, un pantalón negro, una chaqueta de cuero del mismo color y un sombrero, llevaba unas gafas y tenia la piel morena. Mabel apenas lo vio profirió un grito de espanto.
Britto había entrado en la habitación cómo un alma en pena, tambaleándose y quejándose, se iba a caer al suelo y Matías lo detuvo. Justo en ese momento, cuando Francisca, Pablo y Constanza entraron en la habitación a Britto se le cayó de la chaqueta  un arma.

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